Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Lunes, 19 de noviembre


Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al mediodía ventó algo el Leste y navegó al Nornordeste. Al poner del Sol le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudueste, y estaría de él siete leguas. Vido la isla de Baneque al Leste justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al Nordeste; escaso andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas dieciocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte.





Martes, 20 de noviembre



Quedábanle el Baneque o las islas de Baneque al Lesueste, de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde habían salido, que le quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le estaba doce leguas que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones: la una porque vido dos islas al Sur, las quería ver; la otra, porque los indios que traía, que había tomado en Guanahany, que llamó San Salvador, que estaba ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales diz que tenía necesidad y por traellos a Castilla, etc. Tenían diz que entendido que en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en paraje del puerto del Príncipe, pero no lo pudo tomar, porque era de noche y porque lo decayeron las corrientes al Norueste. Tornó a dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero cuarto de la noche; el viento era Susueste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sueste. Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudueste y cuasi a la cuarta del Oueste, y estaría de él 48 millas que son doce leguas.





Miércoles, 21 de noviembre



Al sol salido, navegó al Leste con viento Sur. Anduvo poco por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hubo andado veinticuatro millas; después se mudó el viento al Leste y anduvo al Sur cuarta del Sueste, y al poner del sol habían andado doce millas. Aquí se halló el Almirante en 42 grados de la línea equinocial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares, Pero aquí dice que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe. Por manera que le parecía que no debían distar tanto, y tenían razón, porque no era posible como no estén estas islas sino en [21] grados. Para creer que el cuadrante andaba bueno, le movía ver, diez que el Norte tan alto como en Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están luego agora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacía diz que gran calor, pero claro es que si estuviera en la cosa de la Florida que no hobiera calor, sino frío. Y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, si no fuese por alguna causa de per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por codicia, diz que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice aquí el Almirante: "otras muchas me tiene hecho y dicho".





Jueves, 22 de noviembre



Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sueste con el viento Leste, y era cuasi calma. Al tercero cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por la corrientes contrarias, y quedábale la tierra cuarenta millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Leste para ir a la Isla de Baneque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del Almirante, y habría hasta él 16 millas. Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra y hizo tomar algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy clara y el venticillo bueno para venir a él si quisiera.





Viernes, 23 de noviembre



Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra del Sur, siempre con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana. El viento era Lesnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco, y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Leste, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohio, la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y des que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, sería gente de razón, y creía que habrían cautivado algunos y que, porque no volvían a sus tierras, dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante, al principio que algunos los vieron.





Sábado, 24 de noviembre



Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la isla llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Baneque. Al principio no osó llegar a la tierra, porque le pareció que en aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y, en fin, llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas. Y dice que si él antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado, por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazos, y hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al Sudueste y después volviendo al Oueste, quedando la isla llana de la parte del Norte; la cual, con otra su vecina, hace una laguna de mar en que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras, sin amarras de todos los vientos. Y esta entrada de la parte del Sueste, que se entra poniendo la proa al Susudueste, tiene la salida al Oueste muy honda y muy ancha, así que se puede pasar entremedio de las dichas islas. Y por conocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta costa, están las dichas islas al pie de una grande montaña, que es su longura de Leste Oueste, y es harto luenga y más alta que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada; todo esto de la parte del Sueste; y también de la parte de la isla llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay gran anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la parte del sueste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso, y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después, dentro es muy hondo, de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros.





Domingo, 25 de noviembre



Antes del sol salido, entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sueste de la isleta llana, obra de una legua y media, porque le parecía que debía de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo, de la parte del Sueste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo, y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras a relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordóse que, en el río Tejo al pie de él, junto a la mar, se halla oro, y parecióle que cierto debía de tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así, dan voces los mozos grumetes, diciendo que veían pinares. Miró por la sierra y vídolos tan grandes y tan maravillosos, que no podía encarecer su altura y derechura como husos, gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinitas tablazón y mástiles para las mayores naos de España. Vido robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vido por la playa muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran minas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mastel para la mesana de la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala, al pie de aquel cabo de la paste del Sueste, muy honda y grande, en que cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas; todas las sierras llenas de pinos y por todo aquellos diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos les quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podrán hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos si no fuere madera y pez, que allí te hará harta, afirma no encarecerlo la centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta allí había descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera. Y así en un lugar como en otro, lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que, cuando al que lo ve es tan grande admiración, cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere.